Él y yo, dos interrogaciones

Ya no sé si soy yo que espero demasiado de la gente
o sois los demás, que esperáis muy poco de mi.
Pero en este viaje tan largo de autobús
me hacéis sentir muy extraterrestre
muy de esa manera de la que a nadie le gusta vestirse.

Necesito respirar y me bajo en Tribunal.

Como una perla entre miles de canicas.
Como una novela en un mar de revistas.
Como oír tu nombre en la calle y que Lucía no seas tú.
Como una gota de sangre cayendo en la nieve.

Aquel que por ti mata, y sin ti mataría.
Aquel que sabe estar sin ti, pero prefiere estar contigo.
Esa persona.
Alguien que me arrope las soledades todos los domingos,
que vacíe mi cenicero de inseguridades y se fume mis complejos.
Quiero a alguien que no necesite margaritas para saber
si me quiere,
o no me quiere.

Quiero a alguien a quien no le estallen los airbags,
en un beso a 200 por hora en el asiento trasero. Quiero.
Un hombre con una sonrisa que compita con la del gato de Alicia,
y volar en ella al país de las maravillas,
y que algún personaje secundario salte con: “¡Mirad! ¡Se están amando bajo la lluvia! ¡Y sin paraguas!”.
Alguien que me cante el no cumpleaños un 31 de febrero,
que se le vaya la olla y me proponga cumplir mi sueño
de ir a Disneyland París. E ir.

Un hombre sin paracaídas ni parapente ni paraqués
que no tema caer conmigo.
Alguien con quien caer al vacío
y que no le importe que ahí abajo pueda haber
elefantes drogados
y leones que rugen
y hadas que hablan sobre todo lo que va a salirnos mal.
Joder, quiero jugármela.

Un hombre para susurrarle: Diego, (si él se llamase Diego)
Sólo soy una gata negra que ha pasado por delante tuya,
pero si rompes mi hechizo y acabas con mi mala suerte,
juntos inventaremos la receta del nuevo beso
con más de quince ingredientes,
y la del abrazo que lo sana todo,
y la de la mirada que para el tiempo.

De alguna forma ya he empezado a hablar de tí, 
que no sé cómo hay un nosequé que me dice que tú eres todo eso.
No sé por qué.

No me importan ni tus antecedentes
ni tus efectos secundarios a largo plazo.
No cuestiono todavías
y mis dudas ayudarán a las tuyas a resolverse.

Que yo también voy cargando con mi soledad a plazo fijo,
y con todas las deudas que el Amor ha ido contrayendo,
poco a poco,
con mi corazón.

He escuchado para no escucharme,
he intentado querer para sentirme de esa forma y menos sola,
me he reído de alguna mala broma para olvidar,
y he escrito para desahogarme teniendo una lista de contactos
que a veces se siente vacía…

Soy esa puerta abierta que susurra: “Complícate la vida y pasa.”
Lleve a donde lleve.
Sólo tú puedes pedirme que deje de darle caladas a estos cuentos que escribo,
al hueco que, dentro de mí, late vacío.

Tú,
así,
con esos ojos con los que me miras
rebosando ganas de todo,
y yo aguantándome para no lanzarme en una de esas.
Tus ojos, que me cuentan en tres segundos
todo eso que sabes que sientes
y no me dices.
Que no nos decimos.
Que nunca nos hemos dicho.

Ojalá pudiese mirarte a los ojos sin horarios
sin fechas y sin tiempos.
Ojalá me dejases un minuto
para clavarme en tu mirada.
Ojalá fuese ese mi regalo esta Navidad.

Como una perla entre miles de canicas.
Como una novela en un mar de revistas.
Como buscar a oscuras tu asiento en el cine entre desconocidos,
o sentir que el mar al atardecer es el único que descifra tu mensaje al mundo.

Que al fin y al cabo todo se reduce a que
contigo quiero probar el amor,
el de la sonrisa tonta,
el de escribir su nombre en la agenda cientos de veces,
el de cuánto tarda hoy el autobús quiero llegar ya.
No sé si soy demasiado infantil y dejaron de comercializar este tipo de sustancias
y ahora por amor se entiende otra cosa,
pero yo con él lo quiero todo.

No sé si a esto se le puede considerar declaración de amor.
Si es así perdóname:
escribo nuestras historias por que es la única forma que tengo
de poder acariciarte en público;
te escribo por que es la única manera que tengo
de repetirte que me muero porque estemos a solas.

Sólo me falta saber si serás ese gorrión
que se pose en mi camino.
Esa respuesta que recomponga mis cristales rotos
de nuevo en botella.
Las manos que me entiendan a oscuras y después
leernos en braile con las luces apagadas.

Al final resultastes ser el tren que se me escapó 5 minutos antes de llegar al andén,
ese vaho que, poco a poco, se fue desvaneciendo en mi ventana con tu nombre.

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