La luz invisible (EN CONTINUO PROCESO)

Yo soy una mente, no soy un cuerpo. Soy el conjunto de experiencias vividas, la gente que he conocido, mis ideas, mis juicios y mi razón. Adquiero conocimiento y transmito conocimiento. Tengo emociones, inquietudes y gustos, y la necesidad de compartir todos ellos con otros seres humanos (o con un software con inteligencia artificial). No hace falta un cuerpo para expresar el amor. Tampoco te enamoras de un cuerpo (en teoría), te enamoras de una mente; de una mente llena de luz no te libras ni huyendo de ella, ni cerrando los ojos. Yo soy una mente, no soy un cuerpo. ¿Por tanto la carne qué función tiene?

La materia sólo existe para confirmar mi existencia, corroborar que en su día estuve aquí, y cuando llegue el momento, tener algo físico que despedir. No estoy hablando del alma, no estoy hablando del espíritu. Pero claro, la mente (humana) y el cuerpo están unidos por siempre, así que si muere el cuerpo, muere con él la mente, ya que mi cerebro comienza a fallar según va envejeciendo mi cuerpo. Si no fuese así, y uno no estuviese ligado al otro, yo seguiría "existiendo". Por otra parte es evidente que una mente (humana) sin las funciones básicas y vitales del cuerpo humano no podría ser posible.

Por otra parte está claro que yo soy yo porque mi cuerpo es el que es y si hubiera tenido otro cuerpo mi mente y sus ideas se hubieran desarrollado de forma diferente. Mi cuerpo también es el captador de mis sensaciones físicas, los objetos que toco y la comida que huelo y que mi cerebro procesa. Pero mi cuerpo sólo es eso, el vehículo con el que conduzco por el mundo, pero dentro de ese vehículo estoy YO y dicho vehículo no forma necesariamente parte de mí. Me imagino que mi mente sale de mi cuerpo, sale como un ente, como una nube de gas flotando por las calles. ¿Cómo entendería entonces el mundo si ni veo, ni huelo, ni palpo, ni escucho? ¿Sería todo producto de mi imaginación? Entonces sería la mitad de consciente, ya que sólo soy consciente cuando interpreto mis sentimientos interiores y sensaciones exteriores, pero si no tengo sensaciones exteriores porque no tengo cuerpo y soy un ente, entonces no soy consciente, entonces mi mente no es consciente de su existencia y sólo podría serlo si se volviera a unir con el cuerpo.

Quiero decir: SI YO NO ESTUVIERA LIGADA A MI CUERPO, SI NO TUVIERA UN CUERPO, PERO ESTUVIESE VIVA Y MI CEREBRO ESTUVIERA CONECTADO A UNA MÁQUINA, ¿YO E X I S T I R Í A ?

El hombre sólo existe en la mente del hombre, por tanto si algo es producto de mi mente, ¿existe? También es cierto que si soy consciente de que existo, está claro que soy, que existo, pero en mi pensamiento.

¿Ven lo ojos o el cerebro? Los ojos son la lente y el cerebro es la cinta de la cámara. Pero, ¿puede ser que el cerebro sólo grabe lo que tiene la capacidad de ver? Aunque para ser conscientes de que estamos viendo algo, lo que sea, antes ese algo tiene que proyectarse en el espejo de la memoria, entonces ¿y si el cerebro nos está haciendo ver lo que el quiere que veamos?

¿Por qué tenemos acceso a todo lo que ya ha ocurrido, al pasado, y no a lo que va a ocurrir? Sí sí, porque no ha pasado, aún no existe y por tanto no puede saberse. Pero el pasado tampoco existe ahora mismo ¿entonces?
Han pasado 6 horas desde que en el autobús de vuelta a casa, he visto a los dos bebés más bonitos de mi vida. Ha sido de una casualidad preciosa que ambos subieran al autobús en la misma parada, como si sus madres les hubiesen recogido de una guardería especial para angelitos caídos del cielo.

La primera era una niña. Cuando el autobús frenaba hasta llegar a la parada me fijé en ella. Creo que muchos de los que estábamos en el lado derecho lo hicimos. Era rubia con unos ojos azules enooormes y vestía de azul claro con una pinza rosa minúscula que le sujetaba los primeros pelitos. Llevaba en cada mano una flor blanca. Su madre la llevaba en brazos y en cada brazo la niña llevaba una mano que llevaba una flor. Como si fueran grandes jarrones de cristal y la calidez de sus deditos lo que las mantuviese con vida. Como si las estuviera salvando, o protegiendo. Y me he enamorado. He parado la música, me he quitado los cascos y no he apartado la mirada hasta que su madre se ha sentado al lado mía, además. Como si yo misma la hubiera llevado hasta mí. La niña no soltaba las flores y miraba todo con asombro como si con su sola presencia proclamase: "¡Estáis en el mundo adultos! ¡Lleváis años viviendo en el mundo y las flores son un tesoro! Nacen de un granito similar diferentes, multitudes de especies, colores y formas, en la tierra, y se abren paso hacia la luz del sol gracias al agua que beben sus raíces. ¡Qué máquina tan sencilla y tan maravillosa! ¿Lo véis? ¿Hace cuánto que no os sentáis en el suelo y jugáis con la arena? ¿Dejaré de asombrarme como vosotros cuando crezca?" Las sujeta fuerte. Ni las ha tirado al suelo, ni se las ha dado a su madre como hacen los bebés y los niños con los juguetes. Quizás por eso mismo, porque no eran juguetes, y la niña instintivamente lo sabía. Aunque ahora que lo pienso, no sé cual de las tres existencias sostenía a cual. ¿Salvó la niña la vida de las dos flores o eran las dos flores las que sostenían a la niña al borde de la fragilidad? No gemía, no se quejaba, no lloraba; sólo miraba y alumbraba.

El segundo bebé que ha entrado en el autobús era un niño de pequeños rizos pelirrojos que vestía de blanco, y tenía una piel tan blanquita, unas mofletes tan hinchados y unos labios tan rojos que parecía que lo había traído una cigüeña del taller de Bernini. Era un bebé con una belleza pura y fina. Los que hayáis leído El Perfume recordaréis la atracción que sentía Grenouille por la chica que asesina para obtener su olor. Lo mío hacia esos bebés era algo parecido, eran magnéticos. Y lo creáis o no, la madre se ha sentado frente a mí, también. A pesar de que ambas se han sentado junto a la otra, las dos mujeres no se conocían. Lo he supuesto porque no se han saludado, ni han dirigido palabra.

La siguiente parada era la mía. Habrán sido de 40 segundos a un minuto lo que he estado sentada con ellos, lo suficiente para asombrarme con el mudo existir de estas dos criaturitas. Hay que aclarar que ambos bebés han entrado al autobús en brazos de. No han entrado en cochecito, ni en una cunita de esas que se balancea, ni en un portabebés. Han aparecido en brazos. Sin trastos, ni bolsas, ni teléfonos móviles, ni barras de pan. La madre y su bebé. Como algo valioso, sagrado y bendito.

Para aquellos que estábais montados en ese autobús y habéis sabido verlo, que les habéis mirado con los ojos del corazón, felicidades. Probablemente haya sido la verdad más natural y valiosa que escucharemos en algún tiempo



El peor edificio del mundo (Primer escrito sobre Can Feliz)

Soy la única estudiante de Arquitectura entre mis amigos. También entre todos mis familiares y en mi casa. Así que a veces me preguntan que qué pienso de tal edificio, que cómo puede ser que hayan construido esto, o que por qué esa fachada blanca sólo tiene una ventana tan pequeña. A mí me encanta explicárselo a cada uno, me gusta darme cuenta así, de que conozco más porqués de los que imagino. Por supuesto me queda muchísimo muchísimo muchísimo por conocer y tengo las mismas ganas por saberlo. Pero no sólo me doy cuenta de todo lo que llevo aprendido, sino que veo cada vez mi opinión crítica y mis gustos más afianzados. Surgen debates sobre arte moderno y me enervo.
¿Qué entiende por Arquitectura la gente que no tiene ningún contacto con ella? Técnica, avances constructivos, maquinaria, grúas y socavones de tierra. Eso por lo general. Cuando mi abuela me pregunta por la carrera siempre me suelta: “Bueno hija, ¿y cuando vas a construir un edificio?”. Qué sencillo ¿no? Construir un edificio. Suena como dibujarlo y mandarlo a la obra. O ni siquiera dibujarlo, olvidemos la parte más personal del oficio. Como en algunas películas donde de repente aparece la maqueta en un despacho de hombres trajeados de una constructora y al día siguiente las grúas levantan vigas de acero para colocarlas. ¿Entiendes tú, lector, así la Arquitectura? ¿Cómo algo mecánico, falto de sensibilidad y emoción? La emoción es importantísima en Arquitectura.

Piensa en un espacio que te conmueva, en un espacio donde inconscientemente te lleve a estar en silencio sorprendido por la grandiosidad de su belleza, no por su gran tamaño y sus altos pilares, sino por la verdad que encierra. Con el edificio que tienes en mente te daré un breve esbozo de lo que a mis ojos significa hacer ARQUITECTURA. 
Los arquitectos crean espacios. Crean un espacio que estará de por vida en silencio o arropado por murmullos, como una Iglesia o una biblioteca; o en constante movimiento y lleno de voces y gritos, como un colegio de primaria; o ni siquiera ninguna de las anteriores, como por ejemplo un mirador al mar, donde la contemplación y la admiración de la fuerza de la naturaleza son la norma. Todos estos espacios no son ni mucho menos parecidos. Las emociones y sentimientos que experimentamos en estos lugares no tienen nada que ver. Tampoco tienen que ver los materiales con que han sido construídos. El colegio de primaria estará lleno de colores, formas y superficies divertidas de tacto agradable, mientras que la Iglesia pondrá en valor un material tradicional como la madera tallada y la piedra pulida. En el caso del mirador la protagonista de la obra es la madre océana, no le quitemos ese papel. Una plataforma bien enmarcada, un camino que nos lleve a ella y un banco.

Tanto es así, que cuando el arquitecto danés de la ópera de Sidney Jorn Utzon, soñó con Can Feliz en Palma de Mallorca, se imaginó todo esto. Se veía paseando por el camino de tierra que lleva a la casa levantando algo de polvo al caminar. Sin vecinos alrededor, abre la puerta y deja entrar al perro primero. Se imaginaba dejando las llaves en una de las superficies cerámicas que con tan buen gusto diseñó, y paseando descalzo hasta la cocina sintiendo la piedra a veces fría y otras caliente por el sol. Pensaba en el chirrido al abrir la puerta de madera que separa la cocina – salón del espacio exterior, y respirar el aire fresco de la montaña mallorquina. Las carpinterías de las ventanas sólo se aprecian desde el exterior de la vivienda; en el interior cuadros del paisaje enmarcados en piedra.
Dentro nos fascina, pero al salir fuera confirmamos que efectivamente lo que hizo Utzon fue honrar la piedra de marés con la mayor destreza, humildad y elegancia posibles, y ciertamente, no hubiera habido mejor material para esta casa. Se sitúa en una pequeña colina rodeada por alta vegetación, sin vallas ni fronteras que la limiten con la naturaleza, y así, la casa de piedra se funde con ella sin conocer realmente donde empieza y donde termina la propiedad. Como una ermita que ha emergido de la tierra silenciosamente en la noche. Un homenaje a la isla, un refugio para el alma.  
Pero todo esto no importa. Una abuela y una madre siempre verán al niño con los mejores ojos. ¿De qué sirve esta poesía? ¿De qué nos vale este cuento de hadas en la época que vivimos? Donde se olvida la trascendencia y se premia la rapidez, la prontitud, la eficacia, la eficiencia, los beneficios, el rendimiento, la comisión, la rentabilidad… En este tiempo, Can Feliz podría ser el santuario griego de la época, pero, ¿para qué? Este podría ser el peor edificio del mundo.

Desde el backstage

Cuando estoy escribiendo necesito dejar de escribir, releer lo que llevo escrito, soltar el boli, casi siempre el teclado, y dejarlo ahí. Dejar que las palabras encuentren su asiento en la oscuridad. Reposarlas para ver qué más pueden decirme una vez acomodadas, tranquilas, y escuchar a mi cabeza dictarme lo que verdaderamente quiero contar al escribir. Es muy difícil sacar las palabras del cerebro y llevarlas al papel. Los pensamientos son mucho más claros, más fluidos, más puros y mucho más nuestros de lo que será jamás un texto. Por eso mando notas de voz y no escribo. Porque de mi cabeza, mis ideas, hacen un viaje directo a mi boca, sin puntuar, sin acentuar y probablemente mal expresadas, pero os las cuento tal y como han sido concebidas microsegundos antes de ser declaradas. También me reconforta imaginar que en los teléfonos de la gente a la que quiero está sonando mi voz. En Madrid, Toledo o Badajoz. En la playa o en la montaña.

Necesito escribir para entender el mundo.

A veces me es muy complicado escuchar el silencio de mi cabeza porque hay ruido en ella, mucho ruido. Y es precisamente por todo el ruido que carga por lo que necesito escribir para que vaya bajando el volumen ella sola hasta dejarla en silencio. Mi cabeza y mi mente, pero no mis pensamientos, a los pensamientos no hay que silenciarlos. Tampoco escucho música mientras escribo, ni veo una serie, ni siquiera abro la ventana. No quiero ningún ruido. No porque no pueda escribir con ruido, sino porque no quiero escucharlo. Creo que es el momento en el que más estoy conmigo misma. Y necesito estar sola, no puedo escribir con gente. Y tiempo. Necesito mucho tiempo para escribir algo que considere que merece la pena, al menos ser leído. En muy pocas ocasiones he escrito algo en poco tiempo. Necesito releerlo muchas veces y saber que lo publico habiéndome expresado lo mejor que me sé expresar, y habiendo escrito todo lo bien que sé escribir. Por eso me gusta tanto leer, porque quiero escribir mejor y conocer cómo lo hicieron otros. Estudio como puntúan y cómo ordenan el texto. Mi puntuación os deja sin aire. Y mis párrafos se cortan y continúan según el ritmo que llevan mis pensamientos. Todo esto no significa que quiera ser escritora o pretenda escribir algo oficial pronto. Pero me gustaría publicar algo, me gustaría mucho.

Son puntuales también las veces que he escrito del tirón. Y cuando ha sido así, seguramente iría en el autobús con las notas del teléfono. Ideas rápidas o conceptos en los que más tarde quiero pensar.

Necesito escribir porque si no me pierdo.

Escribo porque quiero contar algo. Quiero contar cómo esta mañana entraba la luz a través de mi persiana y proyectaba el dibujo en las puertas del armario. Quiero explicar párrafo a párrafo lo feliz que me hace salir a comprar el pan un día de sol y volver a casa comiéndome el piquito. Tengo que contarlo, escribir sobre ello, porque de esta forma entiendo por qué me emocionan ciertas cosas  y voy conociéndome mejor. Dejo contado todo esto aquí por que pienso que ojalá alguno de vosotros se sienta identificado con los sentimientos que detallo. Con una sola persona me basta. Una vez una chica desconocida para mí, compartió uno de mis textos en fb y me sentí enormemente colmada. Podría escribir un cuento infantil sobre las torrijas, o entrevistar a mi vecino del 2ºA y redactarlo de forma que a todos nos interesase su vida.

Necesito escribir para saber por qué a veces deseo que desaparezcáis.

Igual me pasa leyendo, comiendo o haciendo el amor. Enciendo la cámara lenta y lo reposo. Me obligo a frenar y fascinarme por lo que estoy haciendo. Masticar la comida y saborearla mirando las nubes. Mirarte a los ojos y llorar de alegría. Leer la misma página por tercera vez, porque ni subrayo ni pongo un post-it a los libros. Quiero memorizarla, recordarla y dejarla impresa en mi memoria por sí sola. Debo entenderlo por mí misma, hacerlo mío. Mojar las ideas para que pesen, sudarlas, escupirlas, llorarlas o simplemente dejar que me coman viva. Me exijo comprender.

Necesito escribir para degustar mejor una comida.

En realidad, iba a escribir sobre correr y he escrito sobre escribir. Para mí son dos acciones exactemente iguales. También escribiré sobre correr. Y sobre pintar, fotografiar, la belleza, la luz, las flores, el universo, los libros, el vino blanco con queso y los gatos, para así reflexionar y entender por qué son tan importantes estas cosas para mí. ¿Por qué es tan importante para vosotros lo que es importante para vosotros?

Necesito escribir para ponerle nombre a los objetos.


Iba a irme a casa, es decir, me he despedido y estaba bajando una callecita como atajo al metro, cuando oh no. Hoy no puedo gastar más. Voy a entrar a sufrir. La indecisión se me pasa rápido. Estoy en la última planta, donde el bullicio de la primera ha bajado su volumen, donde no hay sección infantil, ni productos de Mr. Wonderful, ni notebooks. La que creo última habitación de la casa, en planta creo que casi es cuadrada. Hay baldas de un ancho como una mano, donde están expuestas revistas alternativas, y en el centro, una mesa de madera antigua con seis sillas que la rodean. En dos de sus esquinas y mirando hacia la mesa, hay dos clásicos sillones de vieja piel marrón y grandes brazos. Yo estoy prácticamente tumbada en uno de ellos. En la otra esquina otro jinete. Una señora de unos 60 años muy bien llevados, calza unas botas muy rotas, con un agujero en cada una, y una pinza muy grande rosa en el pelo. Está leyendo "Ensayo sobre la imbecilidad" dejando escapar las frases por su boca, lo cual no me molesta, incluso me parece apropiado, me relaja. 

Digo que me parece apropiado porque estamos en la casa de las señoras y señores palabras. Ellas y ellos están en su cómodo estante compartiendo su larga y eterna vida con otras y otros que también vivirán eternamente. Es la casa de las palabras, no el museo; la casa. No están expuestas, si no que entras a visitarlas, las escuchas, y si sabes escucharlas y te gusta lo que cuentan, porque ellas no te escuchan a ti, os vais juntos a casa. (NOTA: las que considero mejores son aquellas que ambientan la atmósfera con luz un poco más baja de la intensidad normal, de techos altos y estanterías repletas y un poco desordenadas. Dicho desorden de alguna manera me ordena. ¿Cómo lo hacen? La FNAC o El Corte Inglés serían para mí, el peor caso de ellas).  Ellas también hablan, se presentan unas a otras, se conocen, te enseñan a hacer una tarta de manzana, también ríen, lloran desconsoladamente en sus camas que son las páginas, discuten sobre la historia que fue, se cuentan secretos o presumen de hazañas heroicas aludiendo a algún emperador de alguna tierra en algún tiempo. Y todas estas miles de conversaciones se entremezclan en su casa. Pero todo ello ocurre en un susurro, en un susurro como de abeja bebé, casi imperceptible para algunos humanos, otros muy sensibles a ello. Es encantador entrar por su puerta y escucharlas a todas que te reciben de manera dulce y acogedora, y aunque no tengas un duro, tú entras, porque te relaja pasear por sus pasillos y percibirlas y entenderlas, porque desde ellas nunca se escucha el jaleo de la capital. Es por eso que me parece de mala educación y un insulto irrumpir en su espacio con tales formas. Hablando como hablamos ahí fuera, hablando más alto que ellas, riendo a carcajadas y llamando al amigo que está en otro pasillo. Por favor, prométeme que a partir de ahora hablarás bajito en cualquiera de ellas. No importa si alcanza dimensiones de centro comercial o no supera los 30 metros cuadrados, o si visitas una aquí o en cualquier otro país. Porque esa es otra, este fenómeno del silencio ocurre en cualquier casa de palabras del mundo. Hay sitios que sin duda inducen al hombre al sigilo y la calma. Es mágico.

La señora de las botas rotas se ha ido, y el sillón lo ha ocupado una mujer que lee a Eduardo Galeano. Yo voy a ponerme con Cortázar, un capítulo y me voy a casa.